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Me maté a trabajar; viví la vida de una máquina de dinero

Al crecer en una familia pobre, cuando era un niño siempre sentí rechazo constante, y las miradas de desprecio de todos los de mi alrededor me infligieron un sentido de inferioridad aún mayor. Los adultos decían a menudo: “El dinero no es omnipotente, pero sin él no se puede hacer absolutamente nada”. “Cuando tienes dinero, entonces lo tienes todo”. Me sentí identificado con estas palabras y me decidí a hacerme un lugar, a convertirme en una persona con riqueza y vivir una vida que todo el mundo admirase, para obtener finalmente una vida con verdadero valor. Abandoné la escuela y me fui a la ciudad a trabajar para conseguir mi sueño de ganar dinero. Después de algunos giros y vueltas, encontré un trabajo como portero, trabajando como un esclavo día y noche para ganarme la vida. Me levantaba antes del amanecer para ir a trabajar y me quedaba en la obra por la noche. Como me pagaban por cada tarea completada, me quedaba hasta bien entrada la tarde, terminando lo que no se había terminado durante el día para poder ganarme algo más de dinero. Una vez estaba tan cansado de trabajar que no me paraba de sangrar la nariz. No le di importancia y seguí trabajando como de costumbre. A veces estaba completamente agotado, pero me obligaba a seguir adelante, incluso hasta el punto de tener fiebre alta, y aun así no descansaba ni un solo día. Aunque sufría considerablemente, me sentía satisfecho al ver que el dinero se amontonaba. Sin importar el dolor que suponía, sentía que todo valía la pena.

Más adelante, para poder ganar aun más dinero, dejé la línea de trabajo general y me mudé a la capital para abrir una ferretería. Me devané los sesos pensando en formas de hacer que mi negocio prosperase, distribuyendo bienes a las fábricas locales, negociando con minoristas, y llevando a cabo negociaciones comerciales. Mi trabajo duro dio buenos resultados; el negocio mejoraba cada vez más. Me compré un coche y una casa y empecé a vivir la vida de una persona pudiente.

La vida era mejor, pero estaba tan agotado de trabajar que mi cuerpo empezó a deteriorarse poco a poco. El cuerpo entero me dolía con molestia y andaba aturdido por ahí todo el día, sin una pizca de energía. Estos síntomas me resultaron muy inquietantes. Pensé para mí mismo: Mi vida acaba de empezar; los buenos tiempos están empezando ahora. No estoy preparado para dejar caer el telón en mi vida ahora. Fui al hospital a hacerme una revisión con un sentimiento de ansiedad. Los resultados de las pruebas revelaron que tenía cuatro problemas de salud: ansiedad severa prolongada que me causó asma, falta de sangre prolongada en el cerebro que me provocó mareos crónicos, un estómago hinchado y endurecido hasta el punto de hacerme perder el apetito, y función del hígado deficiente. Sólo tenía treinta y tantos, pero iba por ahí en lo que parecía el cuerpo de una persona de 70 u 80 años. Tenía que parar y respirar hondo cada 10 minutos; a veces ni siquiera podía decir una frase entera sin quedarme sin respiración, y me sentía como si siempre estuviese respirando con dificultad. El médico me dijo que mis problemas de salud no podían curarse por completo, pero que un régimen habitual de medicamentos aliviaría los síntomas. Pero, después de una ronda de tratamiento, no vi mucha mejora. Mi enfermedad me molestaba todos los días, haciendo que mi vida fuera insoportable. Estaba alarmado, aterrorizado por el día en que la muerte viniese a por mí.

En mi enfermedad, no pude evitar reflexionar. Al principio había pensado que, teniendo dinero, viviría una vida feliz y llena de gozo. Pero, incluso después de comprar un coche y una casa, y de convertirme en una persona acaudalada, e incluso de tener algo de reputación en mi localidad, no era feliz en absoluto. Cada vez que veía a otras personas que tenían vidas bastante normales, pero cuya salud estaba intacta y vivían felices, las envidiaba. Mi único deseo era tener un cuerpo sano; sólo quería vivir con buena salud. Me hubiera gastado cualquier cantidad de dinero para curar mis enfermedades.

Justo cuando estaba sufriendo este tormento y había llegado al límite de mi paciencia, un vecino compartió el evangelio conmigo, diciéndome que Dios ha venido a obrar y expresar todas las verdades por la salvación de la humanidad. Me dijo que sólo Dios es capaz de resolver nuestras dificultades y penas, y que tenemos que ir ante Dios y adorarle para que podamos tener un buen destino final y resultado. Más adelante, leí las palabras de Dios: “La humanidad, que abandonó el suministro de vida del Todopoderoso, no sabe por qué existe y, sin embargo, teme a la muerte. No hay apoyo, no hay ayuda, pero la humanidad sigue renuente a cerrar los ojos; desafiándolo todo, alarga una existencia innoble en este mundo en cuerpos que no tienen la conciencia de las almas. Tú vives así, sin esperanza; él existe de esta manera, sin ningún objetivo. Sólo existe el Santo de la leyenda que vendrá a salvar a los que gimen por el sufrimiento y anhelan desesperadamente Su llegada. […] Cuando estés cansado y cuando comiences a sentir la desolación de este mundo, no te quedes perplejo, no llores. Dios Todopoderoso, el Vigilante, acogerá tu llegada en cualquier momento.