Saber envejecer
Una mujer de 92 años era trasladada a una residencia de ancianos, tras un largo tiempo de espera para ser aceptada en aquel lugar. A pesar de estar totalmente ciega, aquella anciana inspiraba aliento a todos lo que trataban con ella.
Una joven se le acercó, la tomó del brazo y le pidió que la acompañara. Mientras subían en el elevador, la anciana pidió a su acompañante que le explicara cómo era su nueva habitación.
Cuando la joven terminó de darle todos los detalles, la ancianita exclamó: «¡Me encanta!». La joven se extrañó, porque sabía que la señora no podía ver, así que le preguntó: «¿Cómo puede estar segura de que le encanta, si no la ha visto?».
La mujer respondió: «Si me gusta o no, no depende de cómo estén arreglados los muebles, sino de cómo esté arreglada mi mente. Ya he decidido que me gusta, porque esa es una decisión que tomo cada mañana cuando me levanto. Puedo pasar el día pensando en las dificultades que tengo o sentirme agradecida por facilidades que me han dado».
Corona de honra es la vejez que se encuentra en el camino de la justicia. —Proverbios 16:31
¿Has tenido la dicha de tratar con personas que, aunque afectadas por algún impedimento físico, saben sobreponerse y encontrar la felicidad? A mí se han acercado jóvenes qué no saben como superar sus problemas económicos, y ante las grandes necesidades que tienen solo son capaces de lamentarse por su condición en lugar de luchar por encontrar alguna salida.
También se han acercado mujeres que, afectadas por el peso de los años, tienen como único objetivo sentarse en un viejo sillón a ver pasar el tiempo. Recuerdo a mi abuelo materno. Durante muchos años estuvo ciego, pero nunca lo oí quejarse. Cuando alguien en casa necesitaba algo, sabía que mi abuelo podía echar una mano.
Si has llegado a los últimos años de tu vida, no te sumerjas en la depresión. Alégrate por lo vivido y por lo que todavía puedes dar. Las cosas dependen del modo en que las percibimos.
La vejez es como una cuenta bancaria: cada uno retira lo que ha depositado.